domingo, 2 de diciembre de 2012

La fabulosa eternidad

         Sendero en el jardín del artista, Claude Monet (1840-1926)

Es rosa el monte tras el mudo huerto
del otoño. Los pájaros confunden
ramas, vuelos y trinos; y en el mar
se adormecen las velas solitarias.
Cuelgan de las palmeras los dorados
racimos, y los aires vienen breves
a golpear las ramas del naranjo.
Un aroma de tardíos jazmines
da a mi carne vigor, y juventud.
Los rosales son zarzas y son fuego:
se desnudan de olor. Y son sus flores
sangrientas, blancas, rosas, amarillas.
La casa esplende bajo el sol tardío;
el tiempo es una luz ya muy cansada.

Puntean las estrellas, y algún frío
baja el azul; es hosca la llegada
de los cuervos que baten el pinar.
Aquí, en este lugar, supo mi infancia
que era eterna la vida, y el engaño
da a mis ojos amor. Hoy miro el mundo
como el amante sabe, abandonado,
que quien le desdeñó le merecía.
Y todo pudo ser, pues fue vivido,
y este rumor de tiempo que yo soy
recuerda, como un sueño, que fue eterno.

Francisco Brines
(El otoño de las rosas, 1986)

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