sábado, 30 de enero de 2016

Clair de lune

             La Bahía de Nápoles a la luz de la luna, Ivan Aivazovsky (1842)

Votre âme est un paysage choisi
Que vont charmant masques et bergamasques,
Jouant du luth et dansant et quasi
Tristes sous leurs déguisements fantasques;

Tout en chantant sur le mode mineur
L'amour vainqueur et la vie opportune,
Ils n'ont pas l'air de croire à leur bonheur
Et leur chanson se mêle au clair de lune,

Au calme clair de lune triste et beau
Qui fait rêver les oiseaux dans les arbres
Et sangloter d'extase, les jets d'eau,
Les grands jets d'eau sveltes parmi les marbres.


Paul Verlaine
(Fêtes galantes, 1869)

Versión al castellano de Un poema cada día

Claro de luna

Vuestra alma es un escogido paisaje,
Do bergamascas y preciosas máscaras
Van tocando el laúd y casi danzan
Tristes con sus excéntricos disfraces;

Cuando cantan en el modo menor
Al amor vencedor y la vida oportuna,
En su dicha no parecen creer
Y su canción se mezcla con el claro de luna,

Claro de luna calmo, triste, hermoso
que soñar hace a las aves en árboles
Y sollozar de éxtasis a los chorros,
Grandes chorros esbeltos entre mármoles.


(Fiestas galantes, 1869)

sábado, 23 de enero de 2016

El Cisne

                          Lohengrin, August von Heckel (1886)

Fue en una hora divina para el género humano.
El Cisne antes cantaba solo para morir.
Cuando se oyó el acento del Cisne wagneriano
fue en medio de una aurora, fue para revivir.

Sobre las tempestades del humano oceano
se oye el canto del Cisne; no se cesa de oír,
dominando el martillo del viejo Thor germano
o las trompas que cantan la espada de Argantir.

¡Oh Cisne! ¡Oh sacro pájaro! Si antes la blanca Helena
del huevo azul de Leda brotó de gracia llena,
siendo de la Hermosura la princesa inmortal,

bajo tus blancas alas la nueva Poesía
concibe en una gloria de luz y de harmonía
la Helena eterna y pura que encarna el ideal.


Rubén Darío
(Prosas profanas, 1896)

sábado, 16 de enero de 2016

Première soirée

   Silver, Albert Joseph Moore (1848-1893)

– Elle était fort déshabillée
Et de grands arbres indiscrets
Aux vitres jetaient leur feuillée
Malinement, tout près, tout près.

Assise sur ma grande chaise,
Mi-nue, elle joignait les mains.
Sur le plancher frissonnaient d'aise
Ses petits pieds si fins, si fins.

– Je regardai, couleur de cire,
Un petit rayon buissonnier
Papillonner dans son sourire
Et sur son sein, – mouche au rosier.

– Je baisai ses fines chevilles.
Elle eut un doux rire brutal
Qui s'égrenait en claires trilles,
Un joli rire de cristal.

Les petits pieds sous la chemise
Se sauvèrent : "Veux-tu finir! "
– La première audace permise,
Le rire feignait de punir!

– Pauvrets palpitants sous ma lèvre,
Je baisai doucement ses yeux :

– Elle jeta sa tête mièvre
En arrière : "Oh! c'est encor mieux!...

Monsieur, j'ai deux mots à te dire... "
– Je lui jetai le reste au sein
Dans un baiser, qui la fit rire
D'un bon rire qui voulait bien...

– Elle était fort déshabillée
Et de grands arbres indiscrets
Aux vitres jetaient leur feuillée
Malinement, tout près, tout près.


Arthur Rimbaud
(Poésies, juillet-octobre 1870)

Versión al castellano de Un poema cada día

Primera velada

Estaba casi desnuda
y grandes árboles indiscretos
a los cristales tendían su follaje
con malicia, cerca, muy cerca.

Sentada en mi sillón,
semidesnuda, juntaba las manos.
En el suelo se estremecían de gusto
sus finos, sus muy finos piececitos.

Miré, de color de cera,
un rayito montaraz
mariposear en su sonrisa
y su seno – mosca en el rosal.

Besé sus finos tobillos,
soltó una risa dulce y brutal
que se desgranaba en claros trinos,
una hermosa risa de cristal.

Sus piececitos bajo la camisa
se escondieron: "¡Quieres parar!"
¡La primera audacia permitida,
la risa fingía castigar!

Sus pobrecitos ojos palpitantes,
bajo mis labios, besé con dulzor:
echó hacia atrás su delicada
cabecita: "¡Oh, mucho mejor...!"

"Señor, te quiero decir..."
Le vertí el resto en el seno
con un beso, que la hizo reír
con risa de consentimiento...

Estaba casi desnuda
y grandes árboles indiscretos
a los cristales tendían su follaje
con malicia, cerca, muy cerca.

(Poesías, julio-octubre de 1870)

Vladimir Bagrov ha realizado esta preciosa versión cantada del poema, que compartimos con vosotros.


domingo, 10 de enero de 2016

¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!


                          Idilio, Lawrence Koe (h. 1908-1911)

LEONARDO.      ¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
                     Porque yo quise olvidar
                     y puse un muro de piedra
                     entre tu casa y la mía.
                     Es verdad. ¿No lo recuerdas?
                     Y cuando te vi de lejos
                     me eché en los ojos arena.
                     Pero montaba a caballo
                     y el caballo iba a tu puerta.
                     Con alfileres de plata
                     mi sangre se puso negra,
                     y el sueño me fue llenando
                     las carnes de mala hierba.
                     Que yo no tengo la culpa,
                     que la culpa es de la tierra
                     y de ese olor que te sale
                     de los pechos y las trenzas.

NOVIA.           ¡Ay qué sinrazón! No quiero
                     contigo cama ni cena,
                     y no hay minuto del día
                     que estar contigo no quiera,
                     porque me arrastras y voy,
                     y me dices que me vuelva
                     y te sigo por el aire
                     como una brizna de hierba.
                     He dejado a un hombre duro
                     y a toda su descendencia
                     en la mitad de la boda
                     y con la corona puesta.
                     Para ti será el castigo
                     y no quiero que lo sea.
                     ¡Déjame sola! ¡Huye tú!
                     No hay nadie que te defienda.

LEONARDO.    Pájaros de la mañana
                     por los árboles se quiebran.
                     La noche se está muriendo
                     en el filo de la piedra.
                     Vamos al rincón oscuro
                     donde yo siempre te quiera,
                     que no me importa la gente
                     ni el veneno que nos echa.


Federico García Lorca
(Bodas de sangre, 1933)
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